Estamos en una situación sin precedentes en nuestra historia reciente: se ha declarado el estado de alarma, no se puede salir salvo por causas de necesidad y los ciudadanos debemos permanecer en nuestros hogares por un periodo no menor de 15 días. Nos gustaría decir que se debe al lanzamiento en España de la nueva plataforma de streaming de Disney pero, desafortunadamente, la causa de esta situación tan excepcional no es ni más ni menos que la aparición de un una variedad de virus desconocida hasta ahora, el COVID-19 o, como se le llama habitualmente y escuchamos decenas de veces al día, coronavirus.
A estas alturas, no es necesario describir sus características, su peligrosidad o cómo se manifiesta en la gente. Sin embargo, nos gustaría hablar de otra pandemia más contagiosa y no menos peligrosa: el miedo. El temor a esta enfermedad desconocida ha corrido como un polvorín por todo el mundo, haciendo que, en parte de la población, afloren conductas que no sólo no ayudan a paliar esta crisis, si no que pueden hacer la situación más difícil. El miedo es una emoción adaptativa, que nos pone en alerta ante situaciones desconocidas y potencialmente peligrosas para poder emitir una respuesta adecuada, normalmente velando por nuestra supervivencia.
En la sociedad actual, más concretamente en los países desarrollados, estamos acostumbrados a las decisiones que tomamos en nuestro día a día rara vez sean de vida o muerte, por lo que puede ocurrir que la sensación de temor no se corresponda con la gravedad real del problema y el miedo nos desborde si no sabemos gestionarlo, y de ahí nos lleve a multitud de problemas psicológicos. En esta situación, sin embargo, la gravedad es muy real y el temor es comprensible. El estado de confinamiento nacional es de por sí estresante, y más aún si tenemos en cuenta que nunca se había dado una situación semejante.
Ahora bien, que el miedo sea adaptativo, y que en esta situación sea razonable tenerlo, no quiere decir que estemos indefensos a su merced, o que sea correcto dejarnos llevar por él. El miedo, al igual que el virus, puede combatirse o manejarse. Ya sea individual o colectivamente, en mayor o menor medida, todos podemos colaborar para que esta situación genere o no genere más angustia de la necesaria. Todos podemos intentar, en definitiva contrarrestar las conductas guiadas por el miedo excesivo que se han manifestado en la población. Pero, antes de preguntarnos qué podemos hacer, debemos explicar el porqué de la aparición de dichas conductas.
Se está hablando mucho de cómo, en algunos casos, ha cundido el pánico entre los ciudadanos de a pie, agotando mascarillas y desinfectantes en las farmacias, haciendo acopio de comida y, por algún motivo, papel higiénico. Ver ese tipo de conductas en otras personas hace que se active en nosotros la respuesta de miedo ya que, después de todo, se trata de la emoción responsable de la activación de los mecanismos de alarma.
Desde la Psicología Social, se explica que la sensación de temor ante una situación novedosa (sobre la que no se tiene control) se ve reforzada por las conductas de las personas de nuestro alrededor. Esto ocurre así porque, en ausencia de un marco normativo externo, tendemos a fijarnos en el comportamiento de los demás para formar una interpretación común, con el fin de reaccionar de la forma más adecuada a la situación posible (Prieto, 2015). En este caso, al presentarse una situación impactante y novedosa, significaría que, si no tengo relación con el mundo sanitario en general, tome como referencia las conductas de la gente de mi entorno para poder reaccionar en concordancia con la gravedad de los hechos.
Otro aspecto a tener en cuenta es que, como explicamos en el artículo <<El morbo de la información negativa>>, partimos de la base de que las personas presentamos cierta tendencia a prestar más atención a las noticias de tipo peligroso o amenazante. Si a esto le sumamos las medidas extraordinarias que, temporalmente, han cambiado nuestra forma de vida, y que estamos constantemente expuestos a información sobre la enfermedad, creamos el caldo de cultivo perfecto para que el miedo desproporcionado campe a sus anchas.
Por tanto, la situación actual podría explicarse funcionalmente de la siguiente manera: Empezaríamos con una serie de estímulos generadores de emociones negativas (lo que en Psicología conocemos como Estímulos Condicionados), que serían la aparición de una nueva enfermedad, que en el caso del COVID-19, constituye una situación novedosa hasta ahora, y por tanto, de incertidumbre o falta de control. Esto daría lugar a una de malestar, miedo, y emociones negativas (en Psicología llamada Respuesta Condicionada). La continua aparición en los medios y en las conversaciones de este “monotema” cumpliría el papel de generalizar esa respuesta condicionada de miedo y malestar, corriendo el riesgo de pasar la mayor parte del día en un estado de angustia continuo. Por otra parte, las conductas de las personas del entorno reaccionando temerosamente también funcionarían como estímulos que provocarían respuestas de malestar y sensación de urgencia.
Con dicho condicionamiento inicial, cada vez que encendemos las noticias, cuando oímos una conversación de lo que parece ser el único tema actualmente, o se menciona la “palabra mágica” en general, aparecería la emoción negativa y en algunos casos podría también funcionar como el estímulo detonante (En Psicología llamado Estímulo Discriminativo) que llevaría a la realización de conductas de “precaución” en algunas ocasiones inadecuadas (vaciar farmacias, tiendas, acudir a centros sanitarios sin presentar síntomas, etc.). Estas conductas (en Psicología denominadas Respuestas Operantes) se verían mantenidas, por el alivio del malestar el miedo y la incertidumbre y también porque dichas conductas otorgan cierta sensación de control ante una situación desconocida (Refuerzo Negativo).
Otro punto interesante sería las conductas de tipo racista, como evitar a una persona u otra en función de su etnia por el temor al contagio, las cuales se verían reforzadas de la misma forma que el párrafo anterior. Además, entrarían en juego otros mecanismos sociales de pertenencia e identidad de grupo.
En el otro lado estarían los que desoyen las recomendaciones sanitarias y las nuevas normas de cuarentena (saliendo a la calle sin justificación, trasladándose a residencias de vacaciones, no respetando las normas de higiene, etc.), restando gravedad a la situación. Aunque la conducta final parece radicalmente opuesta, los mecanismos funcionales que la explican son los mismos. Este tipo de conducta, que llamaríamos “desafiante”, también puede cumplir la función de gestionar el miedo y la incertidumbre (en este caso, minimizando el riesgo de la situación). Igualmente, esta conducta logra una consecuencia satisfactoria muy inmediata, ya que el hecho de pasear es más placentero que mantener el confinamiento (que puede resultar muy estresante) y puede otorgar a la persona cierta sensación de control (“yo hago lo que quiero porque quiero”).
Por tanto, parece que una gestión inadecuada del miedo, tanto negarlo como dejarse llevar por él, parece estar detrás de las conductas inadecuadas que se están realizando. El miedo a lo desconocido es natural e inevitable, pero nos corresponde a cada uno decidir qué hacer para que la situación sea lo más llevadera posible.
Estrategias para manejar la cuarentena
Por esta razón, el grupo de alumnas de Practicum de ITEMA hemos preparado una lista de recomendaciones para la promoción de la salud psicológica en el tiempo que dura la cuarentena:
- Establecer un horario, tanto individual como en conjunto para las personas que convivan en una casa, que incluya tiempo de limpieza, ocio y trabajo.
- No sobrecargarse de información (noticias) sobre el coronavirus.
- Mantener la actividad física, hacer ejercicio, bailar… Es importante que, dentro de lo posible, se fije un momento del día para llevarlo a cabo.
- Con los más pequeños, intentar que la rutina sea lo más parecida posible a su día a día normal. Levantarse a la misma hora, hacer las tareas por la mañana… También es muy recomendable implicarlos en actividades de la casa como la cocina (hacer repostería siempre es una buena opción).
- Reservar también parte del día para dedicarlo íntegramente a actividades con los niños. Actividades como juegos, ver una película, leer cuentos, etc. son muy importantes.
- Si el estrés empieza a notarse intensamente, reservar unos 15 minutos aproximadamente para realizar ejercicios de respiración.
- Puede parecer poco importante, pero cambiarse de ropa o arreglarse como si se fuera a salir para no estar todo el día en pijama ayudará a crear cierta rutina y prevenir la sensación de hastío en el hogar.
- Dedicar tiempo en soledad para el autocuidado y respetar los tiempos en solitario de las personas con las que convivamos.
- Expresar los sentimientos que nos produce esta situación y validar los de los demás cuando les llegue el turno a ellos. El apoyo interpersonal en estos momentos es clave.
- No es lo mismo convivir con personas que vivir solo. Por tanto, si se da el caso de una persona que está viviendo sola, es importante mantener el contacto con una persona de apoyo para desahogarse, expresar sentimientos, o simplemente hablar de temas sencillos.
- Si aún así la situación de confinamiento genera un malestar demasiado intenso, la mayoría de las clínicas de psicología están ofreciendo sus servicios de forma online, ¡pide ayuda! Ahora, igual que siempre, los profesionales de la psicología estamos para ayudar.
Que son tiempos complicados es innegable, pero está en nosotros poner nuestro granito de arena para ayudarnos los unos a los otros y salir de esta situación lo antes posible.
Referencias:
Prieto, A. (2015). Psicología Social: Interacción Social. Apuntes no publicados de la Universidad de Murcia. Murcia, España.
Escrito por:
María Teresa Carrasco Pérez
Colaboran:
Clara Alonso Sánchez
Laura Peraza Suárez
Marta Rodríguez Pizarro
Belén Tonda Pedraja
Alumnas del practicum del MPGS de la Universidad Europea de Madrid y la Universidad Camilo José Cela (2019-2020)
Buen post!!