¿Alguna vez has hecho un test de personalidad? En internet hay cientos de ellos. Nos suele gustar etiquetarnos, sentir que pertenecemos a un grupo y nos diferenciamos del resto. Puede ser entretenido, pero conviene tener algunas cosas claras cuando usamos este tipo de herramientas.
Los test de personalidad nos categorizan en función de la descripción de nuestra conducta. Es decir, cuando hablamos de personalidad, se identifican conjuntos de comportamientos que suelen darse juntos y se les asigna una etiqueta. Por ejemplo: comportamientos como hablar poco en eventos sociales, evitar el contacto visual, evitar compartir experiencias u opiniones propias, etc. tienden a verse juntos en una misma persona. Y decimos de una persona que se comporta así que es introvertida o tímida.
Hay muchos modelos de la personalidad, sistemas que clasifican conjuntos de comportamientos de formas diferentes. Algunos muestran algo más de solidez estadística y otros, menos. Pero es importante saber que estas etiquetas no explican la causa de la conducta, error en el que se cae a menudo. Tanto dentro del ámbito profesional de la psicología como fuera, es común encontrarse explicaciones circulares. Es decir: – ¿por qué Fulanito no habló apenas durante la cena? -Porque es tímido. – ¿Cómo sabes que es tímido? -Porque no suele hablar (ni mirar a los ojos, ni acudir a eventos sociales, etc.). La causa del comportamiento se explica mediante el atributo (en este caso, timidez) y la presencia de ese atributo se justifica mediante la conducta de esa persona. Es importante ser conscientes de que estos atributos simplemente son etiquetas que sirven para describir conjuntos de comportamientos que tienden a ir juntos. Que, cuando hablamos de los resultados de un test de personalidad, simplemente estamos resumiendo en pocas palabras hábitos que tiene la persona de comportarse en cierta forma.
Lo mismo ocurre con los test relacionados con problemas psicológicos, como pueden ser los test de ansiedad o depresión. Pueden ser útiles en algunos contextos para obtener una descripción general y estructurada de la conducta de la persona y evaluar la gravedad de la situación. En ocasiones, estos test se utilizan para diagnosticar. Y, ¿qué es diagnosticar en Psicología? Simplemente asignar una etiqueta, nombrar específicamente el conjunto de comportamientos que realiza una persona. No explica la causa del problema, simplemente lo describe. No aporta información, sino que la resume. Las etiquetas diagnósticas están muy asociadas al modelo biomédico, del que hemos hablado [aquí/ en este otro artículo]. Existe cierta polémica respecto a su uso. A menudo, los diagnósticos psicológicos se asumen como permanentes e inmutables. Esto no solo no se ajusta a la realidad, sino que puede ser tremendamente contraproducente.
La cuestión es analizar la utilidad de las etiquetas. En psicología buscamos constantemente la función de la conducta, cuestionémonos, entonces, la función de las etiquetas diagnósticas:
¿Se trata de explicar la causa del problema? No. Las etiquetas diagnósticas describen los comportamientos, no explican por qué ocurren. Una persona no se comporta así porque tenga depresión, sino que a la forma de comportarse de esa persona le ponemos el nombre de depresión, para facilitar la comunicación.
Cuando se evalúa un problema psicológico, buscamos entender la causa del comportamiento: cómo se originó y por qué se mantiene. Desde la psicología científica se hace esto gracias al conocimiento que tenemos de las leyes de aprendizaje. Para hacer este análisis, los test y diagnósticos no aportan valor.
¿Se trata de establecer la referencia para el tratamiento? No. Para intervenir en un problema psicológico hay que entender primero por qué la persona ha aprendido a comportarse así. El tratamiento de dos personas con depresión puede no tener nada que ver entre sí. Porque lo relevante en psicología no es lo que se hace, sino el para qué, su función. Dos personas pueden hacer lo mismo, pero para obtener resultados diferentes. Por ejemplo: imaginemos dos parejas en las que las discusiones son muy frecuentes y siempre terminan con uno de sus miembros llorando. En la primera pareja, puede que, al romper a llorar la persona, su pareja se vuelque en consolarla y reconfortarla. Mientras que, en la segunda pareja, cuando la persona se emociona, su pareja abandona la discusión y le deja espacio para estar sola. En ambos casos el problema es el mismo: la única herramienta que conoce la persona para regular su tensión es el llanto. Pero, para cambiar ese mismo comportamiento, será necesario aplicar técnicas diferentes en cada caso. En resumen, el que una persona tenga un diagnóstico no aporta nada de información útil a la hora de diseñar la intervención.
¿Se trata de facilitar la comunicación y dar estructura? Sí. Las etiquetas diagnósticas nos ayudan a poner algo de orden dentro de nuestro ámbito y simplificar la comunicación. En vez de enumerar las conductas problemáticas que está teniendo una persona, con una sola palabra transmitimos una idea general del patrón de conducta y del estado emocional de la persona. Esto es útil no solo para agilizar enormemente la comunicación entre profesionales, sino para organizar el estudio y la investigación de los problemas psicológicos.
En resumen, en psicología utilizamos mucho las etiquetas. Han sido, y son, de gran utilidad. Pero no debemos olvidar que las etiquetas simplemente resumen descripciones de comportamientos. Y, más sencillamente o menos, con la ayuda de un psicólogo o sin ella, en cualquier momento podemos cambiar nuestra conducta y aprender a comportarnos de forma diferente.
Eva Franco Blanco
Amalie Akero Hylland
Giovanni Bunaes
Sara Thune
Antonie Voster
Alumnos del practicum del Grado de Psicología de la Universidad Europea de Madrid (2019)