Terapia cognitivo-conductual, psicodinámica, familiar-sistémica, humanista, gestáltica, experiencial, mindfulness, de aceptación y compromiso, EMDR… son algunos dentro de la prácticamente infinidad de enfoques psicoterapéuticos que se pueden encontrar si se hace una búsqueda rápida en Google. Para un profano de la psicología en busca de ayuda profesional esta situación puede resultar un tanto confusa, llevándole a preguntarse: “¿Qué tipo de terapia es la más efectiva?”, “¿Hay alguna que sea óptima para los problemas que tengo yo?”. Algunos profesionales de la psicología no encuentran inconveniente o incluso ven beneficioso este estado de las cosas: distintos enfoques terapéuticos explorarían distintas perspectivas de la psicología humana, y, por tanto, harían de la psicología una disciplina con mayor riqueza y recursos para solucionar los problemas psicológicos.
Por otro lado, podríamos establecer una comparación con otras profesiones sanitarias. Por ejemplo, si vamos a nuestro médico de cabecera por algún tipo de problema infeccioso, lo más seguro es que nos recete un antibiótico que nos permita solucionarlo. Es más, lo lógico sería que, independientemente del profesional médico que nos atendiera, recibiéramos un diagnóstico y tratamiento similares ante un mismo problema. Se asume que los médicos han recibido una formación coherente y unificada, basada en principios científicos, y sería disparatado que cada médico pudiera tener “carta blanca” para hacer lo que quisiera. La realidad de la psicología está actualmente muy lejos de este escenario. Uno, como profesional de la psicología, casi estaría tentando de aplicar el dicho “sobre gustos, no hay nada escrito” a la hora de elegir el tipo de terapia a realizar con sus clientes. Pero el caso es que, sobre terapias psicológicas sí hay escrito. Y mucho.
Para responder a la pregunta sobre “cuál es el tipo de terapia” que debe realizar un psicólogo por ser la “más efectiva, científica y mejor respaldada por la evidencia”, se deben revisar antes distintas cuestiones.
En primer lugar, es necesario hacer un repaso histórico. La psicología es una ciencia joven y la profesión de psicoterapeuta tiene apenas más de 100 años. En la primera mitad del siglo XX el paradigma dominante en psicología fue el psicoanalítico, por influencia de los trabajos de Sigmund Freud. No obstante, el célebre artículo de Eysenck en el año 1952, en el que se hacía una revisión de estudios sobre la eficacia de esta terapia, indicó que las mejoras observadas en personas sometidas a la misma no eran mayores que los de la remisión espontánea. La terapia psicológica había quedado, por tanto, deslegitimada (Kazdin, 1978).
De forma paralela a este desengaño, otro enfoque a la hora de entender el comportamiento humano estaba empezando a prosperar: el Análisis de Conducta. Dos líneas de investigación dentro de este enfoque, que a la postre terminaría unificándose en la denominada terapia de conducta (o terapia de primera generación), utilizarían un riguroso método experimental y unos principios conceptuales sólidos a la hora de demostrar sus resultados:
- La basada en los principios del condicionamiento clásico, cuyo mayor representante fue Joseph Wolpe y sus trabajos sobre inhibición recíproca.
- La basada en los principios del condicionamiento operante, cuyo mayor representante fue B.F. Skinner, y que fue el fundamento de las técnicas de modificación de conducta.
Los espectaculares resultados en cuánto a efectividad que demostró la terapia de conducta la convirtieron en el nuevo paradigma dominante durante un largo periodo de tiempo, hasta que en los años 70-80 se produjo una integración de esta terapia con las de corte cognitivo (basadas en los trabajos de Aaron Beck y Albert Ellis), dando lugar a la denominada terapia cognitivo-conductual (o terapia de segunda generación).
En la actualidad la terapia cognitiva-conductual es el “estándar de oro” en psicoterapia. Se la considera como la terapia más eficaz, efectiva y eficiente para la mayoría de los problemas psicológicos.
No obstante, el aparente éxito del modelo cognitivo-conductual coincide con un abandono del rigor experimental y la claridad conceptual que habían caracterizado a la terapia de conducta primigenia. Se empezó a primar la investigación de resultados en detrimento de la investigación de procesos (Froxán, Alonso, Trujillo y Estal, 2018). Es decir, actualmente una terapia puede establecerse como basada en la evidencia si demuestra ser efectiva, aunque no se sepa explicar por qué, es decir, atribuir a qué procesos psicológicos se debe esa efectividad.
Esto tiene, entre otros, los siguientes problemas:
- Se desliga la investigación teórica y experimental de las aplicaciones prácticas. Es decir, se abandonan las intervenciones basadas en rigurosos datos de laboratorio por otras que se sirven más de la “experiencia clínica”, el “sentido común” o constructos mal operativizados y circulares.
- Se asume un enfoque diagnóstico y biomédico, donde se estudian procedimientos tipo para categorías tipo. Es decir, se asume que para un cliente que ha sido etiquetado con “depresión” hay un determinado procedimiento eficaz, cuando lo que habría que hacer es un análisis funcional idiosincrásico de las conductas problema del cliente y los factores ambientales con las que interaccionan, a fin de diseñar un tratamiento personalizado que permita poner en marcha los procesos que lleven a modificar o eliminar dichas conductas e instaurar otras nuevas.
- El terapeuta se convierte en un mero aplicador de “recetas terapéuticas”: aplica procedimientos estandarizados, pero es desconocedor de los procesos terapéuticos que está poniendo en marcha. No podrá saber que ajustes realizar si la “receta” no funciona. Por el contrario, un terapeuta tendrá mayor probabilidad de producir el cambio si es deliberadamente consciente de los procesos que está poniendo en marcha cuando hace terapia.
- El abandono del estudio de procesos puede llevar a establecer como válidas terapias que son “falsamente novedosas”. Un ejemplo sería la terapia EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares), definida por la Asociación Americana de Psicología (APA, s.f.) como una terapia con apoyo experimental fuerte/controvertido para la reducción de la ansiedad que provocan recuerdos “traumáticos” en personas con trastorno por estrés postraumático. Pero, haciendo un análisis riguroso, la terapia EMDR no es más que una técnica de exposición a un estímulo condicionado aversivamente hasta que este vuelve a convertirse en neutro. El movimiento ocular, componente supuestamente fundamental de esta terapia, no tendría ningún efecto, además de estar sustentado en explicaciones teóricas dudosas (Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas [APETP], s.f.). Es decir: se está vendiendo algo “como nuevo”, sin prestar atención a que los procesos bajo los que esta terapia funciona ya han sido estudiados y se conocen con precisión.
Teniendo en cuenta todo esto, podemos responder a la pregunta que se planteaba al principio sobre “qué tipo de terapia psicológica se debería aplicar” o “cuál es la más efectiva” diciendo que, de hecho, es una pregunta mal planteada.
No es importante el nombre del enfoque terapéutico al que uno se adscriba, ni tampoco el nombre de la técnica concreta que se utilice para modificar un comportamiento… porque son solo eso, nombres, meras etiquetas. Lo realmente importante es conocer los procesos psicológicos, demostrados científicamente en laboratorio, que subyacen tanto a la terapia como a las técnicas que se derivan de esta. Haciendo una analogía con los fármacos, diríamos que no es importante el “nombre comercial que se le pongan”, sino los principios activos que explican sus efectos.
Todas las terapias psicológicas (sin excepción) ponen en marcha unos mismos procesos psicológicos para el cambio. Por ejemplo: cuando en terapia de aceptación y compromiso se habla, precisamente, de “aceptación”, se está hablando de exponerse (en lugar de escapar o evitar) a estímulos aversivos para producir su descondicionamiento, y, cuando en terapia humanista se habla de la necesidad de “establecer un vínculo fuerte entre el cliente y el terapeuta”, se está hablando del proceso en que el terapeuta se condiciona como un estímulo apetitivo para el cliente.
Lo mismo se puede decir de las técnicas de intervención. Por ejemplo: la reestructuración cognitiva no sería más que un proceso de moldeamiento verbal (Froxán y Calero, 2011) y la desensibilización sistemática un proceso de contra-condicionamiento (Wolpe, 1958).
Los cambios positivos en una persona con problemas psicológicos que acude a terapia se explican por la puesta en marcha de forma adecuada de los procesos psicológicos que inducen el cambio; los cambios negativos o negligencias, por una puesta en marcha inadecuada de esos procesos. Hay veces que una terapia parece funcionar “a pesar” del desconocimiento de dichos procesos. Incluso esos procesos pueden ponerse en marcha y producir mejorías cuando alguien que no es profesional de la psicología “da consejos”, como un amigo, un familiar, o, como ocurría antiguamente, los curas.
Pero los psicólogos no podemos limitarnos a ser “meros charlatanes de feria”, sin ninguna diferencia con cualquier persona de la calle que tener un título universitario colgado de la pared del despacho. Tenemos que conocer esos procesos psicológicos a la perfección y saber utilizarlos con destreza, para que el cliente pueda resolver sus problemas cuánto antes, de la mejor manera y sin que vuelva a necesitar nunca más de nuestros servicios, siendo completamente autónomo. Garantizar estos resultados es lo que diferencia a un psicólogo profesional y competente de una persona cualquiera a la hora de realizar un tratamiento psicológico. Y eso es algo que nunca se nos debería olvidar.
Pablo Doncel Aparicio
Alumno de 2º de Máster de ITEMA
Referencias
American Psychological Association (APA). Society of Clinical Psychology Division 12 of the APA (s.f.). Recuperado de: https://www.div12.org/
Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas (APETP). (s.f.). EMDR o Desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares. Recuperado de: https://www.apetp.com/index.php/emdr-o-desensibilizacion-y-reprocesamiento-por-movimientos-oculares/
Eysenck, H.J. (1952). The effects of psychotherapy: An evaluation. Journal of Consulting Psychology, 16(5), 319-324. doi: 10.1037/h0063633
Froxán Parga, M.X. y Calero Elvira, A. (2011). Guía para el uso de la reestructuración cognitiva como un proceso de moldeamiento. Psicología Conductual, 19(3), 659-682.
Froxán Parga, M.X., Alonso Vega, J., Trujillo Sánchez, C. y Estal Muñoz, V. (2018) Eficiencia de las terapias: ¿un paso más allá de la eficacia? Análisis crítico del modelo cognitivo-conductual. Apuntes de psicología, 36(1-2), 55-62.
Kazdin, A.E. (1978). Historia de la modificación de conducta, Bilbao: Desclée de Brouwer.
Wolpe, J. (1958). Psicoterapia por inhibición recíproca. México: Trillas.