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Psicología y medio ambiente

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Cada día acontece una nueva imagen en los medios de comunicación de incidencias en nuestro planeta como resultado del cambio climático. Desperfectos en casas, ciudades, países e incluso continentes enteros están en alerta roja a causa de la transformación inminente que está sufriendo el clima. La Comisión Lancet sobre contaminación y salud (2017) refiere que las repercusiones del deterioro del medioambiente podrían encasillarse actualmente en la categoría de emergencia social, debido al gran impacto que tiene en la salud de las personas indistintamente de la parte del mundo en la que se encuentren.

Cabe destacar la suficiente evidencia científica para responsabilizar a los humanos como principal causante del deterioro que sufre actualmente nuestro planeta. Y en nuestras manos está el poder de que esto cambie.

¿Qué puede aportar la psicología al medioambiente? 

A primera vista, parecen dos conceptos desligados y totalmente diferentes, pero si tenemos en cuenta que uno de los principales objetivos de la psicología es el estudio y conocimiento de la conducta humana, entendida como interacción con un entorno, la cosa cambia. Cuando hablamos de “entorno” nos podemos estar refiriendo perfectamente al medioambiente. La labor del psicólogo puede ir encaminada a desarrollar, intervenir e investigar sobre las creencias y normas ambientales aceptadas socialmente, desarrollar nuevas estrategias y comportamientos resilientes, establecer pautas ecológicas en la infancia y promover la conciencia medioambiental en la población (López-Cabanas y Aragonés, 2019).

A raíz de esto, se derivan algunas especialidades en la práctica psicológica, como la psicología de la intervención social y la Psicología Ambiental, desde su creación en los años 60 debido a disciplinas como la arquitectura y la geografía, desarrollado únicamente en el ámbito académico (López-Cabanas y Aragonés, 2019). Diez años más tarde, se produce una transición desde la psicología de la arquitectura a un enfoque más pro-ecológico (Pol, 1988).

En esta tesitura, se pueden diferenciar dos tipos de conductas extremas que podemos ver en nuestros días, y que desde el análisis del comportamiento resultan interesantes como objeto de estudio.

Por un lado estarían las conductas anti-ecológicas: se mantienen porque nos aportan refuerzo inmediato, tienen un bajo coste de respuesta y consecuencias ambientales negativas a largo plazo. Estas conductas serían, por ejemplo, no reciclar, ir a la compra y consumir bolsas de plástico (incluso pese a tener en casa, porque resultas más “cómodo” no llevar nada en las manos y hacerme el despistado). ¿Por qué hacemos esto? No nos importan las consecuencias hasta que tenemos el problema delante y preferimos aquello que no necesita gran implicación (bajo coste de respuesta); es decir, no cansarnos “demasiado” y porque no hay conciencia de la gravedad del asunto, ya que seguramente no estaremos aquí para ver las consecuencias. Es lo que Uzzell (2000) llama  “hipermetropía ambiental”.

En este aspecto, resulta interesante el concepto de “falso consenso”, que quiere decir que las personas que realizan conductas antiecológicas tratan de justificarse argumentando que la mayoría de personas se comportan de la misma manera (“¿para qué reciclas si nadie lo hace?” o “¿para qué reciclas si al final lo juntan todo?”). Esta visión del mundo se conoce como “social egocéntrica”. Los autores hacen referencia a que el deterioro es consecuencia, en gran parte, a causa del estilo de vida de las sociedades occidentales, y no la intencionalidad de las personas en sí.

Por otro lado tendríamos las conductas pro-ecológicas: son aquellas que implican alto coste de respuesta, refuerzo a largo plazo, no tienen consecuencias inmediatas y si las tienen pueden ser castigadas.

Otro concepto que nos parece de interés es el de “falsa unicidad”, relacionado con las conductas “pro-ecológicas”. Se refiere a cuando uno percibe sus actitudes y comportamientos como únicos y que por tanto apenas tienen impacto para el resto de sociedad. Una alternativa posible seria generar la creencia de “yo soy diferente” y así tal vez podría repercutir en acciones colectivas.

Diversas investigaciones aluden a la importancia que el contexto social tiene en el comportamiento de las personas. La motivación para que los demás te categoricen como “verde”, es una influencia de gran valor (Griskevicius, Tybur y Van den Bergh, 2010). McKenzie Mohr en 2011 dictamina que la relevancia de administrar normas sociales que apoyen conductas y actitudes proambientales es uno de los principios del marketing social.

Además, existen muchas personas que quieren participar y tienen iniciativas ecologistas pero no saben cómo llevarlas a cabo y necesitan estrategias y herramientas para poder realizar conductas pro-ecológicas óptimas. La sociedad necesita, por lo tanto, entrenamiento, retroalimentación e información al respecto.

Las personas, por tanto, también podemos y tenemos que realizar conductas a favor del medio ambiente en nuestra vida cotidiana. Stern (2000) encontró en diferentes estudios, realizados desde los años setenta, que el 47’2% de las emisiones que influyen en el cambio climático se deben a las decisiones de las personas en su vida cotidiana. Así, queda reflejado el papel que tienen las personas en las consecuencias del cambio climático y la responsabilidad de llevar a cabo las conductas ecológicas necesarias para el cambio por medio de la modificación de las actitudes y pensamientos relativos que nos lleven a un estilo de vida más sostenible (Huertas y Corraliza, 2017).

Así mismo, la ONU viene avisando que para conseguir una actividad económica más sostenible y respetuosa con el medio ambiente, todos tenemos que poner de nuestra parte. Gobiernos, sector privado y ciudadanos de a pie. El papel de las empresas es especialmente relevante en este aspecto y cada vez va aumentando el número que lo entiende como una oportunidad de mercado, incorporando medidas como mejoras en la eficiencia energética, garantizar que la energía provenga de fuentes renovables, reducción de la huella de carbono, etc. Por ello, es responsabilidad de consumidores y gobiernos elegir consumir e invertir en las empresas que fomentan este tipo de iniciativas. Esto será un buen refuerzo positivo para estas empresas que aumentarán su producción, llevándonos, poco a poco, a un consumo mucho más ético y sostenible.

Uno de mayores bloqueos para poner medidas ecológicas lo encontramos en el gobierno. Hasta que no se proclamó la emergencia climática, no se han propuesto medidas serias para atajar este problema a nivel mundial. De hecho, entre los años 2008 y 2018, el presupuesto para el cuidado del medio ambiente se redujo un 56’5% (Greenpeace, 2018). Poco a poco, más gobiernos de diferentes países van implantando una serie de medidas ecológicas y estrategias para que la población pueda soportar los cambios a causa de la contaminación de la forma más resiliente posible (López-Cabanas e Ignacio Aragonés, 2019).

Cambio climático y salud mental

Uno de los objetivos de la Psicología Ambiental es destacar el impacto que el cambio climático y la contaminación está teniendo sobre la salud mental de las personas, no sólo afirmando que existe una relación directa entre el impacto ambiental y deterioro de la salud mental, sino que ésta cobra cada vez más fuerza y se extiende con mayor rapidez, afectando sobre todo a poblaciones socioeconómicamente vulnerables (Hayes, Blashki, Wiseman, Burke & Reifels, 2018).

Entre las consecuencias directas del cambio climático sobre la salud mental, cabe destacar problemas de ansiedad, depresión, estrés agudo y, en los casos más graves (migraciones por el clima, desastres naturales, etc.), la aparición de traumas (Trombley, Chalupka & Anderko, 2017). Asimismo, las consecuencias para la salud mental a nivel comunitario en poblaciones desplazadas por desastres naturales o con un alto nivel de contaminación ambiental pueden llevar a sentimientos de inestabilidad social y pérdida de cohesión e identidad comunitaria, dando lugar a un aumento significativo de la violencia, las agresiones y el crimen (Trombley et al., 2017).

Las instituciones comienzan a ser conscientes de la gravedad de esta problemática, poniendo a disposición de profesionales de la psicología manuales y protocolos de actuación específicos sobre los problemas de salud mental asociados al cambio climático (Villamartín y Berdullas, 2019). La Sociedad Australiana de Psicología (APS) recientemente ha publicado un manual en el que ofrece información y recomendaciones para profesionales que tengan que enfrentarse a estos casos. Las recomendaciones más importantes se centran en la promoción de estrategias de afrontamiento y manejo del estrés, instar a realizar actuaciones concretas para la mejora del medio ambiente desde una visión realista y fomentar el autocuidado (Villamartín y Berdullas, 2019).

Otras organizaciones se han sumado a esta iniciativa. Concretamente, más de 40 asociaciones de psicología de todo el mundo han firmado una declaración conjunta para emprender acciones coordinadas y específicas en la lucha contra el cambio climático. A esta declaración se ha sumado el Consejo General de Psicología, que actualmente trabaja desarrollando un plan específico de actuaciones contra el cambio climático en España (INFOCOP, 2019).

Alumnas del practicum del MPGS de la Universidad Europea de Madrid y la Universidad Camilo José Cela (2019-2020)

Clara Alonso 

María Teresa Carrasco

Laura Peraza

Marta Rodríguez 

Belén Tonda

Referencias

Consejo General de Psicología, (2019). La Psicología se moviliza contra el cambio climático: las actitudes y los comportamientos, clave para frenar este grave problema. INFOCOP, (2019), nº87 Octubre-Diciembre, p. 40.

Greenpeace. (2018). Gobierno y cambio climático: Muchas promesas y poco presupuesto. Extraído el 31 de enero de 2020, de https://es.greenpeace.org/es/trabajamos-en/democracia-y-contrapoder/presupuestos-generales-2018/n1/

Hayes, K., Blashki, G., Wiseman, J., Burke, S. & Reinfels, L. (2018). Climate change and mental health: risk, impacts and priority actions. International Journal Mental Syst. (2018) 12-28.

Huertas, C., y Corraliza, J.A. (2017). Resistencias psicológicas en la percepción del cambio climático. Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, 136, 107-119.

López- Cabanas, M. Aragonés, J.I. (2019) Psicología y medioambiente: Un reto ineludible. Papeles del psicólogo. Vol. 40 (3), 161-166.

Pol, E. (1988) La Psicología Ambiental en Europa. Análisis Sociohistórico. Barcelona: Anthropos.

Trombley, J., Chalupka, S. & Anderko, L. (2017). Climate Change and Mental Heatlh. AJN (2017), vol. 117 nº4 pp. 44-52.

Sociedad para el Avance del Estudio Científico del Comportamiento. (2019). Análisis de conducta y sociedad, VIII Congreso Internacional SAVECC de Análisis Funcional del Comportamiento, 2019. Madrid: Universidad Autónoma de Madrid.

Stern, P. (2000). Toward a coherent theory of environmentally significant behavior. Journal of Social Issues, 56, 425-442. https://doi.org/10.1111/0022-4537.00175

Villamartín, S. y Berdullas, S., (2019). El cambio climático: un problema en aumento que afecta a nuestra salud mental. INFOCOP (2019), nº87 Octubre-Diciembre pp.34-36.

Clayton, S. (2019) Psicología y cambio climático. Papeles del Psicólogo. Sesión monográfica: Psicología y medioambiente. Vol. 40(3), pp. 167-173.

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