Cuando hablamos de abuso sexual y agresión sexual nos referimos a dos sucesos diferenciados por el Código Penal (CP) que son incluidos dentro de los delitos contra la libertad e indemnidad sexual. La diferencia entre ambos reside en que el abuso sexual (artículo 181 CP) se refiere a que el suceso se produce sin consentimiento de la víctima pero en ausencia de violencia o intimidación, mientras que la agresión sexual (artículo 178 CP) requiere de esta violencia o intimidación para ser considerado como tal. Ahora bien, ¿qué significa esto para las personas que han sufrido estas situaciones y viven las consecuencias de las mismas? Dejando a parte esta ambigüedad que abre la puerta a numerosos conflictos, la psicología, y especialmente el análisis de conducta, pretende explicar como sucesos de este tipo pueden provocar problemas psicológicos similares, por lo que cabría preguntarse si realmente son tan diferentes.
¿Afortunada?
En 1999, Alice Sebold escribió un libro autobiográfico titulado Afortunada, donde refleja la “traumática” experiencia que supone una violación y muestra la reacción del entorno ante este hecho, el cual consideró que tuvo suerte de no haber muerto aquel día. A partir de ese momento, todos sus escritos, espejo de su vida, se vieron influidos por este suceso.
«¿Quién hubiera dicho que algo que ocurrió hacia tanto tiempo podía tener tanto poder?»
«Desde entonces siempre he pensado que en la definición de la palabra “violación” del diccionario debería decir la verdad. No es sólo un acto sexual con el uso de la fuerza; la violación significa habitar y destruirlo todo.»
La palabra “trauma”, proveniente del modelo médico y, posteriormente, utilizada por el psicoanálisis, es empleada numerosas veces para referirse a la gravedad de una experiencia y los efectos que tiene sobre una persona. Sin embargo, este término puede hacernos caer en una trampa al designar a aquello que etiqueta como algo duradero e imposible de superar o cambiar, algo que nos afectará el resto de nuestra vida (como bien ejemplifica el texto de Sebold). Aquí es donde reside la importancia de la psicología.
Desde la perspectiva psicológica, se pueden explicar aquellas consecuencias y secuelas que aparecen tras un abuso o agresión sexual gracias a los procesos de aprendizaje. Es el conocimiento de estos lo que permite al psicólogo trabajar en sesión con las personas que han vivido estos sucesos y ayudarles a volver a sentirse bien tanto consigo mismos como con su entorno.
¿Cómo se explicaría entonces la perpetuidad del suceso que vivió Alice Sebold, al igual que el de otras muchas persona? La psicología explicaría esta continuidad entendiendo que no es el malestar ligado al propio suceso lo que se mantiene en el tiempo, sino el malestar ligado a todos los elementos que se asociaron con él (recuerdos, personas, lugares, sensaciones físicas, etc.), lo que se conoce como un proceso de aprendizaje asociativo o clásico. De esta manera, los elementos asociados a la agresión o al abuso, producirían la misma emoción que el suceso en sí.
Pero, ¿y cómo puede ser que no desaparezca esa asociación según va transcurriendo el tiempo y siempre se viva como la primera vez? Es común que cuando vivimos una experiencia desagradable, intentemos evitarla de todas las maneras posibles (aprendizaje operante). Evitamos los lugares donde ocurrió, las personas relacionadas con ella, los recuerdos que la reflejan, las conversaciones en las que se nombra… Es a raíz de esta evitación como mantenemos la reacción emocional intacta y caemos, erróneamente, en etiquetar la experiencia como traumática: habitando y destruyendo todo, como dice Sebold. Este proceso se denomina aprendizaje operante o moldeado por las consecuencias, ya que, dependiendo de si la consecuencia que sigue a la conducta (montar en coche, tocar al perro o ir al callejón oscuro) es agradable o desagradable, tendemos a repetirla en el futuro.
Este proceso de evitación es el que dificulta que las personas se puedan exponer a los estímulos que generan malestar e impide, por tanto, que se produzca una habituación, lo que les permitiría poder estar en contacto con estos recuerdos, situaciones y personas sin que se produzca esta reacción emocional ni las subsiguientes consecuencias.

¿Cuáles son las posibles consecuencias que pueden aparecer tras un abuso o agresión sexual?
- Aparición automática de emociones y pensamientos aversivos (culpa, miedo, ansiedad, enfado, etc.) ante:
- Personas del sexo agresor (masculino en su mayoría) o de alguna de sus características (ropa, barba, color de ojos/pelo/piel, etc.).
- Situaciones y objetos relacionadas con la sexualidad: masturbación, relaciones sexuales con otras personas, ropa interior relacionada con el sexo, etc.
- Parejas y otras personas con las que la persona pueda tener algún tipo de interacción sexual/romántica. De la misma manera, los sentimientos de enamoramiento o cariño se pueden asociar con emociones negativas.
- Sensaciones corporales (palpitaciones, respiración acelerada, penetración, caricias, excitación, etc.) que se pudieron sentir durante el suceso negativo o que se experimenten en las relaciones sexuales.
- Partes del cuerpo asociadas con el suceso y con las relaciones sexuales.
- Situaciones de “dominancia” o en las que aparezca la sensación de sentir vulnerabilidad.
- Conversaciones relativas o relacionadas con el suceso (el suceso en cuestión, abusos o agresiones sexuales, el sexo, la sexualidad, etc.).
Estos pensamientos y reacciones emocionales aparecen debido a una asociación entre el evento negativo, desencadenante de las emociones y pensamientos negativos, y los elementos relacionados con el mismo (aprendizaje clásico). Esta asociación, que da lugar a la respuesta automática, explica los recuerdos (imágenes, pensamientos, percepciones, etc.) y sueños desagradables y recurrentes que se pueden experimentar.
- Evitación y distanciamiento de los estímulos (personas, situaciones, objetos, sensaciones, etc.) que generan pensamientos y emociones desagradables, así como dificultad para saber cómo comportarse ante estos estímulos. Por ejemplo, se pueden intentar evitar las relaciones sexuales o encontrar que, al producirse, la persona no se siente parte de la misma o no sabe cómo relacionarse de manera sexual.
Es usual también que la persona que ha sufrido el abuso o la agresión sexual intente evitar todo aquello que pueda aumentar la probabilidad de que se repita de nuevo. Por ejemplo, no salir nunca sola de casa.
- Anticipaciones y pensamientos negativos sobre posibles situaciones en las que podría estar en contacto con los estímulos (personas, situaciones, objetos, sensaciones, etc.) que generan malestar, lo que fomenta que la persona los evite y se perpetúe el malestar.
- Dificultad para hablar sobre el suceso negativo, tanto por la aparición automática de emociones negativas como por la incomodidad, tristeza, rechazo social… que se puede encontrar en el entorno. La persona puede preferir no hablar de ello tanto por anticipar el posible rechazo, como por haberlo experimentado.
- Baja autoestima y sensación de inferioridad. La persona que ha vivido el abuso o la agresión puede ir, poco a poco, sintiéndose indefensa e inferior y describirse como tal (“fue culpa mía”, “no soy lo suficientemente…”), tanto por el hecho ocurrido como por la evitación de muchas situaciones relacionadas con emociones negativas que le van limitando. Estos sentimientos y pensamientos negativos están relacionados con el desinterés y baja motivación que se pueden llegar a sentir.
- Disminución o pérdida de relaciones sociales y actividades agradables para la persona. Esto está directamente relacionado con:
- La evitación de todo aquello que genera malestar, que impide que la persona salga de su “zona segura” y se relacione con el entorno, el cual podría ayudarle a sentirse mejor y distanciarse del suceso negativo.
- La baja autoestima, la sensación de inferioridad y las autodescripciones negativas, que dificultan el mantener relaciones sociales y tener motivación para realizar actividades agradables.
- Todos estos problemas conductuales debidos al abuso o la agresión sexual, pueden generar también un aumento o disminución del sueño y del hambre, dificultades de concentración y respuestas de alarma exageradas.
A pesar de haber enumerado y descrito cuáles son los principales problemas psicológicos que podemos encontrar en las personas que han sufrido un abuso o agresión sexual, estas consecuencias pueden ser muy variables. Es por esto por lo que el trabajo terapéutico siempre parte de un análisis exhaustivo de cómo la persona ha vivido la experiencia negativa y cómo ésta está afectando en su día a día. De esta forma, nos alejamos de la concepción del evento como “traumático”, para así planear un abordaje individualizado que permita a la persona dejar estos sucesos negativos en el pasado y poder retomar, de nuevo, el control de su vida.
Laura Arévalo Saiz
Alumno de 2º de Máster de ITEMA