¿Crees que no mereces aquello que has conseguido?
¿Todos esperan mucho de ti y no crees que puedas llegar a sus expectativas?
¿Sientes que estás estafando a las personas de tu alrededor con tu trabajo?
¿Crees que tus logros no han sido más que suerte, estar en el lugar adecuado en el momento adecuado?
Estás en la entrada de blog correcta.
A finales de los años setenta la doctora P.R. Clance observó que mujeres exitosas en su campo ponían en marcha una serie de conductas relacionadas con la atribución del éxito. Estas mujeres, a pesar de estar en los rangos más altos de sus disciplinas o haber conseguido los mayores logros académicos y profesionales, se referían a sus éxitos como golpes de suerte, errores burocráticos o acontecimientos fruto de la sobreestimación de sus habilidades por parte de su entorno. Atendiendo a sus observaciones, Clance decidió investigar lo que define desde un primer momento como ‘síndrome del impostor’, aludiendo a la sensación de fraude para con los demás que reportaban estas mujeres. Así, durante su estudio, señaló tres características comunes a estas mujeres:
- Conductas dirigidas a desestimar y minimizar sus propios logros.
- Sentimientos de fraude y miedo a ser expuestas como ello en público
- Atribuciones de sus logros a la suerte y a factores supersticiosos.
Durante sus investigaciones, enteramente sobre mujeres, la doctora identifica varias posibles causas y contribuciones al mantenimiento de este fenómeno. Por una parte, se señala al entorno familiar como factor que interviene modificando el valor del éxito y de las habilidades intelectuales. Por otra parte, Clance identifica un factor social que sería muy importante como mediador en la aparición y mantenimiento de este fenómeno, y explica que: estas dificultades pueden estar mediadas por el modelo social predominante en el que convergen:
- El estereotipo social de que las mujeres son poco habilidosas intelectualmente.
- El castigo y rechazo social a aquellas mujeres que muestran conductas de confianza
- Lo contraindicado que se consideraba el éxito de las mujeres para el sistema social.
Como se observa, la doctora Clance centró y desarrolló su teoría sobre el “síndrome del impostor” en mujeres pertenecientes a la academia o a contextos profesionales demandantes. Ahora, tras diversos estudios, se conoce que este fenómeno tiene una prevalencia similar entre géneros, es decir, no hay grandes diferencias entre el número de mujeres y hombres que se comportan de esta manera. Algunas de las hipótesis sobre por qué Clance señaló una prevalencia en mujeres indican que puede que en ese momento histórico sí existiera una prevalencia mayor en mujeres o que ellas fueran las que más lo expresaban públicamente.
Actualmente existe más información sobre su prevalencia, siendo esta mayor en estatus socioeconómicos bajos y entre personas pertenecientes a minorías sociales, así como en contextos en los que se demanden tareas basadas en objetivos que van a recibir un feedback.
Ahora ya conocemos cómo surgió este término y cuál es su prevalencia actual, pero:
¿Qué es y qué implica el “síndrome del impostor”?
El “síndrome del impostor” no es un trastorno, una patología o una enfermedad; es la etiqueta que se le ha asignado a un conjunto de conductas que suelen aparecer juntas en relación a la atribución externa del éxito.
Recordando: Las etiquetas son herramientas que nos ayudan a definir un conjunto de características o conductas que tienden a ir juntas (bien para su estudio científico bien para compartir información entre profesionales). Pero, en ningún caso son explicativas, es decir, no se puede saber por qué alguien se comporta de X manera o qué función cumple hacer algo para alguien sólo atendiendo a una etiqueta.
El “síndrome del impostor” ha sido conceptualizado por varios autores. P.R. Clance lo describe como la experiencia interna de fraude intelectual que sufren individuos muy exitosos incapaces de internalizar su éxito y, sus compañeros de profesión Harvey y Katz lo conceptualizan como un patrón psicológico arraigado en sentimientos ocultos e intensos de fraudulencia cuando una persona se enfrenta a la realización de una tarea.
Si se aúnan ambas definiciones se podría definir el “síndrome del impostor” como una serie de conductas relacionadas con la ejecución de tareas orientadas a objetivos que se caracterizan por:
- El miedo a ser expuesto como un fraude.
- La incapacidad de reconocimiento del éxito propio, atribuyéndolo a factores externos.
- La creencia de que se engaña a otras personas sobre las habilidades propias.
Las conductas típicas que caracterizan a este síndrome son:
- La “sobrepreparación”: frente a una tarea a completar que produce malestar por su asociación previa a la posibilidad de fracaso (teniendo en cuenta que el fracaso suele generar mucho malestar en estos casos) la persona trabajaría más tiempo de lo necesario e invirtiendo un gran esfuerzo. De esta manera el malestar disminuiría, entendiendo la persona que cuanto más trabaje, menos posibilidades de fracaso existen.
- No debe olvidarse que ponerse a trabajar podría implicar estar en contacto con pensamientos como “no llego”, “esto no está bien”, “no sé para qué me esfuerzo si no va a estar bien” que provocan malestar durante la realización de la tarea. Pese a estos mensajes, la sobrepreparación se mantiene, no solo por la disminución del malestar previo si no por el seguimiento de potentes reglas como: “si no me esfuerzo al cien por cien voy a fracasar” o “el fracaso es lo peor”.
- La procrastinación (postponer y aplazar tareas costosas que debemos hacer, realizando otra acción que nos cueste menos y/o disfrutemos más): es posible que frente a esa tarea que produce malestar, la respuesta sea procrastinar, es decir, dejar la tarea de lado y ponerse a hacer cualquier otra cosa. Al dejar la tarea, como decíamos, potencialmente ansiógena, y centrar la atención en otra actividad se reduce el malestar que esta nos genera.
- ¿Pero qué ocurre cuando llega la fecha? El hecho de que se esté acercando la fecha de entrega aumenta el malestar y hace más probable el ponerse a trabajar. Así, una vez nos queda poco tiempo, ponernos a hacer la tarea y terminarla aparejaría mucho alivio y la sensación agradable de “haber cumplido” entregando en fecha.
- El rechazo de halagos: en estos casos los halagos pueden estar asociados a malestar y ser desagradables porque:
- Se considere que los cumplidos no se ajustan a la realidad.
- Se crea que los demás lo dicen por cumplir.
- Se piense que si les halagan es porque esas personas están engañadas, porque en realidad no se es tan bueno.
- Se considere que el hecho de que los demás crean que son muy buenos va a aumentar sus expectativas sobre su actuación futura y no se vean capaces de cumplirlas.
De esta manera, rechazar y negar los halagos puede disminuir su malestar pensando que así, reducen las expectativas futuras y el posible fraude hacia los demás. Además, serían consecuentes con su discurso de “no soy tan bueno”.
Recogiendo lo mencionado en el punto anterior, cuando estas personas reciben halagos, premios o cualquier reconocimiento que para otro fuera muy agradable, pueden generar la sensación opuesta o hacerles sentir culpables porque consideran que no se lo merecen. A esto se apela cuando se dice que estas personas se sienten impostoras, realmente sienten que están mintiendo a todo el mundo ya que se les está reconociendo algo que consideran no ser o merecer.
Esto puede recordar a personas socialmente señaladas como perfeccionistas, pero a diferencia de estas, en el “síndrome del impostor” no existe la sensación de que el trabajo esté perfecto en ningún momento, pese a que se trabaje duro por ello.
De la misma manera, este perfil puede parecer un “falso modesto”, alguien que sabe que su trabajo está bien pero lo infravalora públicamente para conseguir halagos. En el caso de un ‘falso modesto’ el rechazar el halago funciona para conseguir reforzadores sociales (Ej. ¡qué dices, si lo has hecho genial!) ya que este segundo halago es deseable y agradable. Sin embargo, en el “síndrome del impostor” el rechazo del halago funcionaría como se ha explicado anteriormente, es decir, como reforzamiento negativo: reduce el malestar causado por la sensación de fraude o de aumento de expectativas de los demás sobre las capacidades propias.
Existen diversos factores personales y sociales que predisponen a una persona a aprender y realizar este tipo de conductas. Estos factores en psicología se denominan ‘variables disposicionales’ y son aquellas variables relativamente estables de la persona, que incluyen desde lo que han aprendido a lo largo de su vida, a su personalidad o sus habilidades. En el caso del “síndrome del impostor” los autores han identificado cinco variables disposicionales que influyen en la aparición y mantenimiento de las conductas típicas:
- Dinámicas familiares rígidas en cuanto al éxito y al fracaso.
- Patrones de conducta perfeccionistas: Formas de actuar guiadas por reglas rígidas en las que se asume lo perfecto como la única opción (lo estándar, lo que esperan de ti, lo que se premia…), siendo cualquier otro resultado, por muy bueno que sea, un fracaso. Al guiarse la conducta por estas reglas, no se toma en cuenta el contexto ni las contingencias más naturales o directas (la dificultad de lo que queremos conseguir, cómo nos encontramos, qué capacidades tenemos…)
- Seguimiento estricto de reglas/mandatos asociadas al éxito y al fracaso: Además de las reglas sobre la perfección, pueden existir otras sobre el éxito y el fracaso como: “no soy nadie si fracaso” o “si no saco un diez no vale”.
- Estilo atribucional externo, es decir, la tendencia a achacar éxitos propios a factores externos que no tienen que ver con habilidades o capacidades personales (como la suerte o una equivocación de la persona que evalúa la tarea).
- Baja autoestima en cuanto a las habilidades o la tendencia a verbalizar aspectos desagradables sobre las capacidades de uno mismo.
Finalmente, resumiendo lo antes expuesto, el “síndrome del impostor” es sólo una etiqueta, una simple descripción de unas características o conductas que podemos agrupar. No tiene por qué ser algo problemático mientras no cause malestar o impida llevar una vida con normalidad. La información y explicación propuesta se ha planteado de manera general, por tanto, para abordar un caso particular es necesario un análisis funcional individual y desarrollar una intervención con base en este análisis.
Alumnos del practicum del MPGS de la Universidad Europea de Madrid
Julia Cebrián
José Carlos Mediero
Referencias:
Bravata, D. M., Watts, S. A., Keefer, A. L., Madhusudhan, D. K., Taylor, K. T., Clark, D. M., … Hagg, H. K. (2020). Prevalence, Predictors, and Treatment of Impostor Syndrome: a Systematic Review. Journal of General Internal Medicine, 35(4), 1252–1275. https://doi.org/10.1007/s11606-019-05364-1
Clance, P. R., & Imes, S. A. (1978). The imposter phenomenon in high achieving women: Dynamics and therapeutic intervention. Psychotherapy: Theory, Research & Practice, 15(3), 241–247. https://doi.org/10.1037/h0086006
Feenstra, S., Begeny, C. T., Ryan, M. K., Rink, F. A., Stoker, J. I., & Jordan, J. (2020). Contextualizing the Impostor “ Syndrome ,” 11(November), 1–6. https://doi.org/10.3389/fpsyg.2020.575024
Jaruwan Sakulku, J. A. (2011). The Impostor Phenomenon. Geophysical Journal International, 96(2), 259–272.